Un hombre que no tiene dónde vivir pasa
tiempo en nuestra biblioteca local. Una tarde, mientras yo estaba escribiendo
allí, me tomé un receso para almorzar. Después de terminar la primera mitad de
un emparedado de pavo y queso suizo, me vino a la mente la cara de este hombre.
Minutos después, le ofrecí la mitad de mi almuerzo, que no había tocado, y la
aceptó.
Este breve encuentro me hizo comprender que
con todo lo que Dios me ha dado, debía hacer más para ayudar a los menos
afortunados. Más tarde, mientras pensaba en eso, leí las instrucciones de
Moisés sobre proveer para los pobres. Les dijo a los israelitas: «no […]
cerrarás tu mano contra tu hermano pobre, sino abrirás a él tu mano
liberalmente» (Deuteronomio 15:7-8). Una mano abierta simboliza cómo quería
Dios que su pueblo supliera las necesidades de los pobres: con disposición y
generosidad. Sin excusas ni egoísmo (v. 9). El Señor había sido generoso con
ellos y deseaba que dieran con la misma actitud lo suficiente para suplir «lo
que necesite» el menesteroso (v. 8).
Cuando abrimos generosamente la mano para
ayudar al pobre, Dios nos bendice por nuestra bondad (Salmo 41:1-3; Proverbios
19:17). Con su guía, considera cómo ayudar con liberalidad a otros en el nombre
de Jesús, al «[dar] tu pan al hambriento, y [saciar] al alma afligida» (Isaías
58:10).
Puedes dar sin amar,
pero no puedes amar sin dar. (RBC)