En un acto de impaciencia, un hombre de San
Francisco, California, trató de superar el tránsito girando bruscamente para
pasar por el costado de una fila de autos detenidos. Sin embargo, el carril que
tomó acababa de ser cubierto con una capa de cemento fresco, y su Porsche 911
se atascó. El conductor pagó un alto precio por su impaciencia.
Las Escrituras nos hablan de un rey al que
también le costó caro ser impaciente. Ansioso de que Dios bendijera a los
israelitas en la lucha contra los filisteos, Saúl se apresuró. Cuando Samuel no
llegó en el momento acordado para ofrecer un sacrificio para obtener el favor
de Dios, Saúl se impacientó y desobedeció el mandato divino (1 Samuel 13:8-9,
13). Su falta de paciencia lo llevó a pensar que estaba por encima de la ley y
a asumir la posición de sacerdote, lo cual estaba prohibido. Supuso que podía
desobedecer a Dios sin padecer graves consecuencias. Estaba equivocado.
Cuando Samuel llegó, lo reprendió por su
desobediencia y profetizó que perdería el reino (vv. 13-14). La negativa de
Saúl a esperar el desarrollo del plan divino lo hizo actuar con precipitación,
y en su apresuramiento, perdió el rumbo (ver Proverbios 19:2). La impaciencia
fue la demostración suprema de su falta de fe.
El Señor nos proporcionará su guía a medida
que esperemos pacientemente que lleve a cabo su voluntad.