Yves Rossy logró algo que la gente
había soñado concretar desde el antiguo mito de Ícaro: voló. Conocido como el
«Hombre Cohete», Rossy construyó un par de alas con una mochila con motor que
usa su cuerpo como el fuselaje de una aeronave, mientras que dichas alas están
adheridas a la parte posterior de su traje resistente al calor. Su primer vuelo
fue cerca de Ginebra, Suiza, en 2004, y desde entonces ha realizado muchos
trayectos exitosos.
El salmista David anhelaba tener alas
para volar. En una época cuando lo perseguían enemigos que procuraban quitarle
la vida, el rey de Israel exclamó: «¡Quién me diese alas como de paloma!
Volaría yo, y descansaría» (Salmo 55:6).
Tal como David, cuando enfrentamos
presiones, maltratos, dificultades o angustias, quizá deseamos ser capaces de
criar alas para poder escapar volando. Pero Jesús ofrece un camino mejor: en
vez de huir de los problemas, nos invita a volar hacia Él. Dijo: «Venid a mí
todos los que estáis trabajados y cargados, y yo os haré descansar. Llevad mi yugo
sobre vosotros, y aprended de mí, […] y hallaréis descanso para vuestras almas»
(Mateo 11:28-29). En lugar de desear salir volando para escapar de las
complicaciones, podemos llevárselas al Señor.
Huir no puede darnos paz, pero Jesús sí
puede hacerlo.