Antes de cumplir una semana de vida,
los aguiluchos se peleaban por la comida. Ninguno era lo suficientemente fuerte
como para mantener la cabeza erguida más de unos segundos, así que, los dos
parecían pompones peludos con cabezas pegadas semejantes a borlas. Aun así,
cada vez que los padres llevaban comida al nido, el más grande se apresuraba
para darle un picotazo a su hermano e impedir que tomara un bocado. Su agresión
habría sido comprensible si la comida hubiese sido escasa o si los padres no
hubieran sido capaces de proveer lo que necesitaban. Pero nada podría haber
estado más lejos de la verdad, ya que estaban siendo alimentados con peces de
tamaño mucho mayor que el de ellos, y tenían más que suficiente para los dos.
Los codiciosos aguiluchos me traen a la
mente nuestra propia necedad cuando tratamos de conseguir para nosotros lo que
le pertenece a otra persona (Santiago 4:1-5). Los conflictos surgen porque
queremos algo que Dios le ha dado a algún amigo, colega, pariente o vecino. En
vez de pedirle al Señor lo que necesitamos, intentamos conseguir lo que Él le
ha dado a otros (v. 2). Sin embargo, Dios tiene algo bueno para cada uno de
nosotros. No necesitamos lo que le pertenece a otra persona. Y además, es
indudable que nunca debemos perjudicar a nadie para conseguir lo que nos hace
falta.