En algunas culturas, el título debajo
del nombre en tu tarjeta profesional es muy importante. Identifica tu rango. La
forma de tratarte depende de lo que seas en comparación con los que te rodean.
Si Pablo hubiese tenido una tarjeta
profesional, lo habría identificado como «apóstol» (1 Timoteo 1:1), que
significa «enviado». Él no usaba ese título motivado por el orgullo, sino por
el asombro. No se ganó esa posición; fue «por mandato de Dios nuestro Salvador,
y del Señor Jesucristo». En otras palabras, no era una designación humana, sino
divina.
Anteriormente, Pablo había sido
«blasfemo, perseguidor e injuriador» (v. 13). Dijo considerarse el «primero» de
los pecadores (v. 15). No obstante, por la misericordia de Dios, había llegado
a ser apóstol, alguien a quien «el Rey de los siglos» (v. 17) le había
encomendado el glorioso evangelio y lo había enviado a predicar las buenas
nuevas.
Lo más asombroso es que, como en el
caso del apóstol Pablo, todos nosotros somos enviados al mundo por el Rey de
reyes (Mateo 28:18-20; Hechos 1:8). Reconozcamos con humildad que tampoco
merecemos semejante comisión. Para nosotros, es un privilegio representar al
Señor y Su verdad eterna en palabras y en acciones cada día y ante todos los
que nos rodean.