En un campamento de entrenamiento, los
directores técnicos de un equipo de fútbol vestían camisetas con las que
buscaban instar a sus jugadores a esforzarse al máximo. La inscripción decía:
«Cada día debes elegir: el dolor de la disciplina o la angustia del
remordimiento». La disciplina es dura; algo que podemos tratar de evitar. Pero,
en los deportes como en la vida, el dolor a corto plazo suele ser el único
camino para, a la larga, ganar. Es tarde para prepararse en el medio de la
batalla. O estás listo para los desafíos de la vida o te perseguirán los
fantasmas del «qué habría pasado si…», «si tan solo hubiera…» o «tendría que
haber…» que acompañan el no haberse preparado. Esta es la angustia del
remordimiento.
Una fuente define el remordimiento como
«un disgusto inteligente y emocional por acciones y conductas personales del
pasado». Duele mirar atrás, considerar las decisiones tomadas y, a través de la
lente del remordimiento, sentir el peso de nuestros fracasos. Así le sucedió al
salmista. Después de un episodio personal de pecado y caída, escribió: «Muchos
dolores habrá para el impío; mas al que espera en Jehová, le rodea la
misericordia» (Salmo 32:10). En la claridad de la retrospectiva, consideró
sabio vivir una vida que busca honrar al Señor; sin necesidad de estar signada
por la culpa.