No fue la primera vez que sucedió en
los deportes ni será, sin duda, la última, pero volver a mencionarlo quizá nos
prevenga de cometer un error similar.
Un entrenador de una universidad
(destacado por su carácter cristiano) renunció vergonzosamente al haberse
descubierto que había quebrantado las claras reglas de la Asociación Nacional
de Atletas Universitarios. El artículo de una revista concluía diciendo: «Su
integridad era uno de los grandes mitos del fútbol universitario».
Sin duda, fue un momento embarazoso
para el entrenador, pero esta es la parte más aleccionadora: Puede sucederle a
cualquiera de nosotros. La tentación de escondernos detrás de la puerta de la
privacidad de nuestra vida y hacer cosas que deshonran al Señor nos persigue a
todos. Es más, todos somos capaces de convertir nuestra integridad en un mito;
de tornar nuestro testimonio para Cristo en una farsa. Independientemente de
cuál sea la tentación, todos somos vulnerables.
Así que, ¿cómo evitamos ceder?
Reconociendo la universalidad de la tentación (1 Corintios 10:13) y los
resultados peligrosos de rendirnos ante el pecado (Santiago 1:13-15); asumiendo
nuestras responsabilidades ante otros creyentes y rindiendo cuentas de lo que
hacemos (Eclesiastés 4:9-12), y rogándole a Dios que nos ayude a no caer (Mateo
26:41).
Solo la gracia y el poder del Señor pueden impedir que caigamos, y, después, ayudarnos a levantar cuando eso suceda. (RBC)