Durante
tres meses, tuve un asiento en primera fila, o debería decir una vista de
pájaro, de la obra asombrosa de Dios. En el Jardín Botánico Norfolk, a 27
metros del suelo, instalaron una videocámara que enfocaba el nido de una
familia de águilas calvas, que permitía que los espectadores miraran por
Internet.
Cuando
se rompieron los cascarones, la mamá y el papá águilas atendían con cuidado a
sus crías, y se turnaban para ir a buscar comida y proteger el nido. Pero un
día, cuando los aguiluchos todavía parecían pompones peludos con picos, ambos
padres desaparecieron. Me preocupó pensar que algo podía dañar a los pequeños.
Sin
embargo, mi preocupación era infundada, ya que el operador de la cámara amplió
el cuadro, y allí estaba la mamá águila posada en una rama cercana.
Mientras
reflexionaba en esta «ampliación» del cuadro, pensé en ocasiones cuando temí
que Dios me hubiera abandonado. La perspectiva de aquellas aves en las alturas
de un bosque me recordó que mi visión es limitada. Solamente veo una pequeña
parte de la escena completa.
Moisés utilizó la imagen del águila para describir a Dios. Como las águilas llevan a sus crías, el Señor lleva en brazos a su pueblo (Deuteronomio 32:11-12). Aunque parezca lo contrario, el Señor «ciertamente no está lejos de cada uno de nosotros» (Hechos 17:27). Esto es cierto aun cuando nos sintamos abandonados.