A través de los siglos, se ha intentado muchas
veces restaurar las obras de arte deterioradas por el tiempo. Aunque algunos de
estos esfuerzos han preservado con destreza la obra original de los artistas,
en ciertos casos, han dañado la labor de genios, como, por ejemplo, estatuas
griegas antiguas y, al menos, dos pinturas de Leonardo da Vinci.
En su carta a los cristianos en Colosas, Pablo
describió un proceso de restauración imposible en el mundo del arte: la
restauración del pueblo de Dios. El apóstol escribió: «… habiéndoos despojado
del viejo hombre con sus hechos, y revestido del nuevo, el cual conforme a la
imagen del que lo creó se va renovando hasta el conocimiento pleno» (Colosenses
3:9-10). No se trata de un intento de renovar la obra de un artista fallecido.
Es una restauración espiritual realizada por el Dios vivo, quien nos creó y nos
dio nueva vida en su Hijo Jesucristo. Su gracia nos permite ver con mayor
claridad su propósito para nosotros.
El lienzo de nuestra vida está en las habilidosas manos de nuestro Señor, quien sabe bien para qué fuimos diseñados. No importa cuán sucios o dañados por el pecado estemos; hay esperanza para una renovación y restauración. El Maestro Artista está vivo y obrando en nosotros.
Dios es especialista en restauraciones. (RBC)