Cuando
Matías y Julieta intentaron llevar su velero a una ensenada durante el huracán
Sandy, el barco encalló. Mientras las olas los golpeaban, arrojaron rápidamente
el ancla. Esto mantuvo el velero en su lugar hasta que llegó el rescate.
Dijeron que si no hubieran tirado el ancla, habrían perdido el barco. Sin esta
herramienta, las olas lo habrían estrellado contra la costa.
En
nuestra vida espiritual, también necesitamos anclas que nos mantengan firmes.
Cuando Dios llamó a Josué para que guiara a su pueblo, después de la muerte de
Moisés, le dio anclas de promesa, en las que podía confiar en tiempo de prueba.
El Señor le dijo: «… estaré contigo; no te dejaré, ni te desampararé. […] el
Señor tu Dios estará contigo en dondequiera que vayas» (Josué 1:5, 9). Dios
también les dio a Josué y a su pueblo el «libro de la ley», para que lo
estudiaran y lo cumplieran (vv. 7-8). Esto, junto con la presencia del Señor,
eran anclas en las que los israelitas podían confiar, al enfrentarse a muchos
desafíos.
Cuando nos encontramos en medio de sufrimientos o las dudas amenazan nuestra fe, ¿cuáles son nuestras anclas? Podríamos empezar con Josué 1:5. Aunque nuestra fe parezca debilitarse, si está anclada en las promesas y la presencia de Dios, Él nos sostendrá.