En Estados Unidos de América,
el cuatro de julio es un feriado nacional en el cual se encienden las barbacoas
en el patio, las playas se llenan de gente, y las ciudades y los pueblos tienen
desfiles y fuegos artificiales, reuniones al aire libre y celebraciones
patrióticas. Todo esto se hace para recordar la fecha en que las colonias del
país declararon su independencia.
La independencia apela a todas
las edades. Significa «ser libre del control, la influencia, el respaldo
y la ayuda de los demás». Por eso, no sorprende que los adolescentes
hablen de lograr su independencia. Muchos adultos tienen la meta de ser
«independientemente ricos». Y los ancianos desean mantener su independencia.
Que una persona sea alguna vez realmente
independiente es tema de debate para otro momento y
lugar… pero suena bien.
Procurar la independencia política o personal es una cosa, pero atreverse a perseguir la
independencia espiritual genera problemas. Lo que realmente necesitamos es
reconocer y aceptar nuestra profunda dependencia espiritual. Jesús declaró: «Yo
soy la vid, vosotros los pámpanos; el que permanece en mí, y yo en él, éste
lleva mucho fruto; porque separados de mí nada podéis hacer» (Juan 15:5).
Lejos de ser autosuficientes, somos total y eternamente dependientes de Aquel que murió para darnos la libertad. Cada jornada es nuestro «día de la dependencia».