Muchos consideran a Hipócrates, el antiguo
médico griego, el padre de la medicina occidental. Él entendía la importancia
de seguir principios morales en la práctica de la medicina, y se le atribuye la
escritura del juramento hipocrático, que, hasta hoy, sirve como una guía ética
para los médicos. Un concepto clave del juramento es «no causar daño». Esto
implica que un médico debe hacer solo lo que crea que beneficiará al paciente.
El principio de no hacer daño se extiende a
nuestras relaciones con los demás en la vida cotidiana. Es más, la benevolencia
es crucial en la enseñanza del Nuevo Testamento sobre el amor a los demás. Al
reflexionar en la ley de Dios, Pablo considera que el amor es el objetivo
detrás de muchos mandatos bíblicos: «El amor no hace mal al prójimo; así que el
cumplimiento de la ley es el amor» (Romanos 13:10).
Cada día, a medida que seguimos a Jesucristo nuestro Salvador, enfrentamos decisiones que afectan la vida de los demás. Al escoger un modo de actuar, tenemos que preguntarnos: «¿Esto refleja el interés de Cristo en los demás o tengo una motivación egoísta?». Esta sensibilidad demuestra el amor de Cristo, que busca sanar al herido y ayudar al necesitado.