Era casi imposible no ver el inmenso cartel con
fondo rojo y letras blancas gigantes que proclamaba: «Este año, miles de
hombres morirán de obstinación». Después nos enteramos de que ese aviso era uno
de cientos, iguales, dirigidos a hombres de edad mediana que habitualmente
evitan los exámenes médicos de rutina y suelen morir por enfermedades
prevenibles.
El Salmo 32 trata de la enfermedad espiritual
del pecado, que puede tratarse mediante un reconocimiento y un arrepentimiento
sinceros. Los primeros cinco versículos expresan la angustia de esconder la
culpa y la posterior celebración gozosa que resulta de confesar nuestras
transgresiones a Dios y ser perdonados.
Este salmo continúa mostrando que el Señor
anhela que busquemos su ayuda en medio de las dificultades (vv. 6-8) y que
aceptemos su dirección: «Te haré entender, y te enseñaré el camino en que debes
andar; sobre ti fijaré mis ojos» (v. 8). Sin embargo, enfrentamos dificultades
cuando obstinadamente rechazamos seguir sus instrucciones y no nos arrepentimos
de nuestro pecado.
La Palabra de Dios nos exhorta: «No seáis como el caballo, o como el mulo, […] que han de ser sujetados con cabestro y con freno, porque si no, no se acercan a ti» (v. 9). En lugar de aferrarnos a nuestro pecado, el Señor nos ofrece una alternativa: cuando humildemente nos confesemos a Él, su misericordia nos rodeará (v. 10).