Un amigo decía que su abuela había sido una
de las personas más influyentes en su vida. A través de los años, ha tenido un
retrato de ella junto a su escritorio como un recordatorio de su amor
incondicional. Dijo: «Estoy realmente convencido de que ella me ayudó a
aprender a amar».
No todos han tenido la oportunidad de sentir
un amor humano similar, pero, por medio de Cristo, cada uno puede experimentar
el ser bien amados por Dios. En 1 Juan 4, distintas formas de la palabra amor y
del verbo amar aparecen 28 veces, y el amor de Dios a través de Cristo se
considera la fuente de nuestro amor al Señor y a los demás. «En esto consiste
el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que él nos amó a
nosotros, y envió a su Hijo en propiciación por nuestros pecados» (v. 10). «Y
nosotros hemos conocido y creído el amor que Dios tiene para con nosotros…» (v.
16). «Nosotros le amamos a él, porque él nos amó primero» (v. 19).
El amor de Dios no es un grifo que gotea
lentamente ni un pozo que debemos cavar nosotros mismos, sino un torrente que
fluye de Su corazón al nuestro. Cualquiera que sea nuestro trasfondo o
experiencias en la vida, que nos sintamos bien amados por los demás o no,
podemos conocer el amor, extraerlo de la fuente inagotable del Señor para
experimentar Su cuidado amoroso y, después, transmitírselo a los demás. En
Cristo nuestro Señor, somos bien amados.
Nada es más poderoso
que el amor de Dios. (RBC)