Envuelto en una manta en la camioneta de mi
abuelo, vi cómo el fuego consumía nuestra casa. Mi padre dice que yo dormía
profundamente mientras él nos llevaba a mí, a mi hermana y nuestras mascotas a
un lugar seguro. Cuando me desperté y vi las enormes llamaradas, ya estaba a
salvo. Era demasiado curioso y joven como para tener miedo.
Recuerdo varias cosas de aquella noche.
Aunque estaba en la camioneta, el calor era intenso y el fuego, cautivante.
También recuerdo el temor en los rostros de todos mientras revisaban una y otra
vez para ver si todos los seres queridos estaban a salvo. Tiempo después, me
enteré de que, en el caos, mi padre corrió en medio del fuego para buscar a mi
abuelo, lo que impulsó a mi abuelo (el cual no estaba dentro de la casa) a
entrar corriendo para buscar a mi padre. La valentía de ambos impactó a todos
los que vieron eso aquella noche.
Me acuerdo de ese incendio cada vez que leo
la historia de Sadrac, Mesac y Abed-nego. Cuando los amenazaron con el decreto
que obligaba a inclinarse ante el rey o, de lo contrario, ser ejecutados
(Daniel 3:10-12), estos tres valientes enfrentaron el fuego por ser fieles a Aquel
a quien amaban (vv. 16-18). Y el Señor estuvo con ellos en medio de las llamas
(v. 25).
Cuando las «llamas» de la vida nos prueben,
quiera el Señor que aquellos que observan nuestras decisiones reconozcan que
amamos a los demás y a Dios.
Las pruebas son el
terreno donde crece la fe.
(RBC)
(RBC)