Una mujer de 85 años, sola en un convento,
quedó atrapada en un ascensor cuatro noches y tres días. Gracias a Dios, tenía
una jarra de agua, unos trozos de apio y unas gotas para la tos. Tras intentar
sin éxito abrir la puerta para conseguir señal para el teléfono móvil, decidió
encomendarse a Dios en oración. «Era… o pánico o plegarias», dijo luego por
televisión. Desesperada, confió en el Señor y esperó hasta que la rescataron.
El rey Asa también enfrentó la alternativa
del pánico o las plegarias (2 Crónicas 14). Lo atacó un ejército etíope de un
millón de hombres. Sin embargo, al enfrentarse a esa enorme fuerza, no se apoyó
en estrategias militares ni huyó atemorizado, sino que oró a Dios de inmediato.
En una plegaria enérgica y humilde, confesó su plena dependencia en el Señor,
le pidió ayuda y apeló a que, en su nombre, lo protegiera: «Ayúdanos, oh Señor
Dios nuestro, porque en ti nos apoyamos, y en tu nombre venimos contra este
ejército» (v. 11). El Señor contestó la oración de Asa, y este obtuvo la
victoria sobre el ejército enemigo.
Cuando enfrentemos situaciones difíciles,
recursos limitados, un ejército de problemas o resultados aparentemente
negativos, no entremos en pánico, sino elevemos plegarias a Dios, el cual pelea
por su pueblo y le da la victoria.
Las plegarias son el
puente entre el pánico y la paz. (RBC)