Hace unos años, otro hombre y yo leímos
juntos Mateo 26, que habla de Jesús en el huerto de Getsemaní. «Estoy seguro de
esto —dijo durante nuestra lectura—: si yo hubiera estado con Jesús en
Getsemaní, no lo habría dejado solo. ¡Jamás me habría dormido!» Indignado,
siguió: «¿Cómo podría alguien quedarse dormido al verlo tan turbado?
¡Prácticamente, estaba rogando que no lo dejaran!» (v. 38).
Como sabía que nuestras familias sufrían
porque trabajábamos muchas horas, me pregunté en voz alta: «¿Cuántas veces
nuestros hijos nos buscaron entre la multitud en una actividad escolar,
esperando vernos? ¿Enfrentan problemas solos porque estamos ocupados o
ausentes? Nuestros familiares y amigos necesitan profundamente que nos ocupemos
personalmente de ellos. Incluso Jesús les pidió a sus discípulos que velaran y
oraran con Él» (ver vv. 40-45).
No es fácil lograr un equilibrio entre las
demandas de la vida y las necesidades de aquellos a quienes amamos y servimos,
pero dejar de hacerlo es como traicionarlos emocionalmente. Al pensar en los
discípulos que decepcionaron a Jesús en el huerto, sería bueno considerar cómo
podemos hoy demostrarles a nuestros seres queridos que nos interesamos por
ellos y por sus aspiraciones. Señor, ayúdanos a amar bien a los demás.
Nuestro amor a Dios
se mide por la sensibilidad ante las necesidades de los demás. (RBC)