A mi amigo Dan, que estaba a punto de
graduarse de la escuela secundaria, le pidieron que diera el discurso de
despedida. Tenía 15 minutos para compartir cómo había llegado hasta su último
año de estudio y para agradecer a quienes lo habían ayudado en ese proceso.
Eché un vistazo por el salón antes de que él
empezara a hablar. Había toda clase de personas: familias jóvenes, profesores,
amigos, líderes de la iglesia y entrenadores. Comenzó mencionando cómo había
impactado su vida cada persona. Una mujer había sido «como una tía, siempre
presente». Un hombre de treinta y tantos años «solía compartirle de la Biblia y
aconsejarlo». Otro le había «enseñado sobre la disciplina y la dedicación al
trabajo». Un amigo de la iglesia lo había «llevado al entrenamiento de fútbol
todos los días» porque su madre no podía. Una pareja lo había «tratado como si
fuera su propio hijo». ¿Algo en común? Sí, todos eran creyentes sencillos que
se habían ocupado de marcar una diferencia en su vida.
Pablo lo denominó hacer «bien a todos, y
mayormente a los de la familia de la fe» (Gálatas 6:10). Podemos ayudar a
moldear la vida de una persona demostrando nuestro interés y actuando en
consecuencia. Y, tal como sucedió con Dan, cosechar los frutos (v. 9).
Mira a tu alrededor. ¿Hay alguien cuya vida
necesita de tu toque?
Haz todo el bien que
puedas, como puedas, para todos los que puedas, mientras puedas. (RBC)