Un
cuadro de Bob Simpich, titulado Un sendero de luz, muestra un bosque de álamos
donde el sol otoñal produce un reflejo dorado en sus hojas. Las ramas más altas
brillan totalmente iluminadas, mientras que el suelo al pie de los árboles es
una mezcla de sombras y rayos de sol. El pintor manifestó sobre el contraste:
«Me encanta la luz que se filtra hasta el suelo del bosque. Entreteje una magia
especial».
El
apóstol Pablo escribió a los seguidores de Jesús que vivían en Corinto: «Porque
Dios, que mandó que de las tinieblas resplandeciese la luz, es el que
resplandeció en nuestros corazones, para iluminación del conocimiento de la
gloria de Dios en la faz de Jesucristo» (2 Corintios 4:6). Después, sigue
describiendo la realidad de la vida, en la cual «estamos atribulados en todo,
mas no angustiados; en apuros, mas no desesperados; perseguidos, mas no
desamparados; derribados, pero no destruidos» (vv. 8-9).
A
veces, nuestras dificultades, tristezas y pérdidas parecen desdibujar la luz
del rostro de Dios. Sin embargo, aun entre esas sombras oscuras, podemos ver
pruebas de su presencia a nuestro lado.
Si
hoy andamos en sombras, que podamos redescubrir que la luz de Dios, Jesucristo,
siempre brilla en nuestro corazón.
En
las circunstancias oscuras, la luz de Dios sigue brillando en nuestro corazón.
(RBC)