El Hermano Lawrence, cocinero en un
monasterio del siglo xvii, me ha enseñado muchas cosas sobre cómo recordar de
manera consciente a Dios. En su libro La práctica de la presencia de Dios,
Lawrence menciona formas prácticas de «ofrecerle a Dios tu corazón una y otra
vez durante el transcurso del día», incluso mientras se realizan tareas como
cocinar o reparar zapatos. «La profundidad espiritual de la persona —decía él—
no depende de cambiar las cosas, sino de modificar las motivaciones; es decir,
hacer para Dios lo que comúnmente haces para ti».
Uno de sus elogios expresaba: «El buen
Hermano encontraba a Dios en todas partes, ya sea al reparar zapatos como así
también al orar. […] Era Dios, no la tarea, lo que tenía en vista. Sabía que,
cuanto más alejada estaba la tarea de sus inclinaciones naturales, mayor era su
amor al ofrecérsela a Dios».
Este último comentario impactó
profundamente a mi amiga. Cuando trabajaba con ancianos en el centro de la
ciudad de Chicago, a veces tenía que realizar tareas que iban totalmente en
contra de sus inclinaciones naturales. Mientras llevaba a cabo algunas de las
labores menos atractivas, se recordaba a sí misma que debía mantener en vista a
Dios y glorificar Su nombre. Con esfuerzo, aun las obligaciones más difíciles
pueden realizarse y ser presentadas como una ofrenda al Señor (Colosenses
3:17).