La vida es una empresa con mucha actividad.
Parece que siempre quedan más cosas para hacer, lugares adonde ir y personas a
quienes conocer. Y aunque a nadie le gustaría una vida sin nada significativo
que hacer, el ritmo vertiginoso amenaza con robarnos la tranquilidad que
necesitamos.
Cuando conducimos un automóvil, las señales
que indican que debemos detenernos o reducir la velocidad nos recuerdan que,
para estar a salvo, no podemos tener el pie sobre el acelerador todo el tiempo.
Precisamos esa clase de recordatorios en todos los aspectos de la vida.
El salmista conocía perfectamente la
importancia de los momentos de silencio y de calma. Dios mismo «reposó» al
séptimo día. Además, aunque Jesús tenía más mensajes para predicar y personas
para sanar, solía apartarse de las multitudes y descansar un poco (Mateo 14:13;
Marcos 6:31). El Señor sabía que es insensato seguir acelerando toda la vida
cuando el indicador del combustible corporal dice constantemente «agotado».
¿Cuándo fue la última vez que te hiciste eco
de las palabras del salmista: «he acallado mi alma» (Salmo 131:2)? Coloca un
cartel de «pare» en la intersección de tu ajetreada vida. Busca un lugar para
estar a solas. Desconecta las distracciones que te impiden escuchar la voz de
Dios a través de su Palabra. Déjalo que renueve tu corazón y tu mente con la
fortaleza necesaria para vivir una vida para su gloria.