Durante una demostración de pastoreo
con un perro Border Collie, el entrenador explicó que, como las ovejas son
sumamente vulnerables a los animales salvajes, su máxima defensa contra los
depredadores es permanecer juntas formando un apretado grupo. «Una oveja
solitaria es una oveja muerta —dijo el instructor.— El perro siempre las
mantiene juntas mientras las guía».
La imagen bíblica de Dios como nuestro
pastor es un poderoso recordatorio de cuánto nos necesitamos unos a otros en la
comunidad de la fe. Al escribir sobre el éxodo de los israelitas de Egipto, el
salmista dijo: «[Dios] hizo salir a su pueblo como ovejas, y los llevó por el
desierto como un rebaño. Los guió con seguridad, de modo que no tuvieran
temor…» (Salmo 78:52-53).
Como parte del rebaño de Dios, los que
hemos creído en Cristo estamos bajo Su mano instructora y guardiana, y también
rodeados de la presencia protectora de los demás. Formamos parte de un cuerpo
más grande de creyentes en el cual hay seguridad y responsabilidad.
Aunque seguimos adelante con nuestra
obligación personal de pensar y de actuar como miembros del rebaño, debemos
abrazar la idea de «nosotros» en lugar de «yo» en nuestra vida diaria. Con
Cristo como nuestro Pastor y con los demás creyentes a nuestro alrededor,
estamos seguros en medio del rebaño.