El Año Nuevo suele ser un momento
cuando decidimos cuidarnos mejor: hacer ejercicio, comer correctamente y, tal
vez, bajar algunos de los kilos que incorporamos durante las fiestas. Pablo
dice: «… el ejercicio físico trae algún provecho…» (1 Timoteo 4:8 nvi); por
eso, me esfuerzo para alcanzar la mejor condición física posible. Trato de
comer más o menos lo correcto, aunque me encanta el pollo frito. Levanto pesas
y camino, pero sé que mi cuerpo no va a seguir mucho tiempo en este mundo. Su
fuerza está disminuyendo.
Es mejor concentrarse en la piedad
porque tiene promesa para esta vida y para la venidera (v. 8). En
contraposición al antiguo adagio, hay algo que, después de todo, sí podemos
llevar con nosotros.
La piedad puede parecer aburrida,
atemorizante e inalcanzable, pero su esencia es, simplemente, el amor generoso:
ocuparse más de los demás que de uno mismo. Esta clase de amor es difícil que
aparezca, pero surge al estar en la presencia del amor personificado. Crecemos
en amor y nos volvemos más amorosos cuando nos sentamos a los pies de Jesús, lo
escuchamos y charlamos con Él. De este modo, nos asemejamos cada vez más a
Aquel que es amor (1 Juan 4:8).
A mí me parece que la vida es un viaje
hacia el amor y que no hay nada más hermoso que una persona piadosa. Sin duda,
el ejercicio físico es bueno, pero hay algo muchísimo mejor: amar.