Mientras revisaba unos viejos archivos,
encontré un número especial de 1992 de la revista Time titulado «Más allá del
año 2000: Expectativas para el nuevo milenio». Fue fascinante leer las
predicciones de hace dos décadas sobre lo que pasaría en el futuro. Se exponían
algunas consideraciones generales, pero nadie anticipaba ninguno de los
acontecimientos ni de las innovaciones que han cambiado radicalmente nuestra
vida. La declaración que más me impactó fue esta: «La primera regla de la
pronosticación es que lo imprevisto hace que el futuro sea imprevisible».
Santiago nos recuerda que cualquier
opinión sobre el futuro que deje de lado a Dios es insensata y soberbia.
«¡Vamos ahora! los que decís: Hoy y mañana iremos a tal ciudad, y estaremos
allá un año, y traficaremos, y ganaremos; cuando no sabéis lo que será mañana.
[…]. En lugar de lo cual deberíais decir: Si el Señor quiere, viviremos y
haremos esto o aquello» (Santiago 4:13-15).
Muchas personas solían empezar sus
declaraciones sobre los planes diciendo: «Si Dios quiere» o «Dios mediante».
Quizá la frase se haya vuelto trillada, pero no sucede así con el hecho de
reconocer la presencia de la mano soberana del Señor.