Picher, en Oklahoma, ya no existe. A
mediados de 2009, esta localidad de 20.000 habitantes, anteriormente pujante,
desapareció. A comienzos del siglo xx, tuvo un rápido desarrollo debido a la
abundancia de plomo y zinc que había en esa zona. Los obreros extraían el
mineral que se usaba para fabricar armamento para los Estados Unidos durante
ambas guerras mundiales.
El pueblo comenzó a desaparecer cuando
el mineral empezó a escasear; pero, el mayor inconveniente fue que, si bien el
plomo y el zinc generaban riqueza, también contaminaban. Al no hacer nada para
controlar la contaminación, la ciudad se convirtió en un páramo tóxico y el
gobierno clausuró el lugar.
Lo que pasó en Picher puede sucederle a
la gente. La prosperidad puede parecer tan beneficiosa que resulta difícil
pensar en la posibilidad de que surjan inconvenientes. Se aceptan actividades
que, con el tiempo, son perjudiciales para la salud espiritual y, a menos que
se corrija el problema, destruyen. Esto le sucedió al rey Saúl. Comenzó siendo
un buen rey, pero, al querer triunfar, no vio el daño que producía. Dio las
espaldas a los mandamientos de Dios; por lo tanto, actuó «locamente» (1 Samuel
13:13) y perdió su reino (v. 14).
Al intentar ser exitosos, debemos
cuidarnos de la contaminación espiritual que se genera al no seguir las claras
instrucciones bíblicas. Una vida piadosa nos previene de vivir intoxicados.
Nadie puede triunfar de verdad sin Dios. (RBC)