Un domingo por la mañana, D. L. Moody
entró en una casa de Chicago para llevar a unos niños a la escuela dominical.
Durante su visita, tres hombres lo arrinconaron en una habitación y lo
amenazaron. «Oigan, un momento —dijo Moody—, denme una oportunidad de hacer una
oración, ¿puede ser?». Los hombres lo dejaron clamar a Dios, y él oró con tanto
fervor por ellos, que se fueron.
Si yo hubiera estado en la situación de
Moody, tal vez habría gritado pidiendo ayuda o buscado la puerta trasera para
escapar. No estoy seguro de que hubiese reaccionado según el mandato de Jesús a
sus seguidores: «… oren por quienes los maltratan» (Lucas 6:28 nvi).
Orar por aquellos que nos tratan con
desprecio es una manera de «[hacer] bien a los que [nos] aborrecen» (v. 27).
Jesús aclaró que no hay que elogiar a los cristianos por intercambiar actos de
bondad con otras personas «buenas»; y agregó: «también los pecadores hacen lo
mismo» (v. 33). No obstante, bendecir a los que nos persiguen (Romanos 12:14)
nos diferencia de ellos y nos asemeja al Altísimo, porque Dios es bueno aun con
los malos (Lucas 6:35).
Si hoy te sientes «arrinconado» por
alguien, busca refugio si la situación lo requiere, y obedece la enseñanza de
Cristo: ora por esa persona (Lucas 23:34). La oración es tu mejor defensa.
Devolver bien por bien es humano; devolver bien por mal es divino. (RBC)