Cuando nos bajamos del autobús para
visitar un hogar de niños con discapacidades psicofísicas, nunca imaginé que me
encontraría con un jugador de fútbol. Cuando el coro de jóvenes y los otros
adultos acompañantes se dispersaron para abrazar a los niños, demostrarles
afecto y jugar con ellos, yo me crucé con un joven llamado Guillermo.
No estoy seguro de cuál era su
diagnóstico médico, pero parecía haber tenido parálisis cerebral. Antes de
bajarme del autobús, había tomado un balón de fútbol, así que, se lo arrojé
suavemente a Guillermo, pero se le cayó.
Cuando lo levanté y se lo puse entre
las manos, lentamente lo manipuló hasta que pudo sostenerlo como él quería.
Después, apoyándose contra una reja para mantener el equilibrio, me lo arrojó
perfectamente. Durante los 45 minutos siguientes, jugamos a arrojarlo y
tomarlo; él lo arrojaba y yo lo tomaba. Guillermo no paraba de reírse… y me
conmovió. Aquel día, estoy seguro de que él impactó mi vida tanto como yo la de
él. Me enseñó que todos somos necesarios como parte del cuerpo de Cristo, la
Iglesia (1 Corintios 12:20-25).
Por lo general, la gente descarta a los
que son diferentes, pero son los «Guillermos» del mundo los que nos enseñan que
el gozo llega cuando aceptamos a los demás y actuamos con compasión. ¿Hay un
Guillermo en tu mundo que necesita que seas su amigo?
Nos necesitamos unos a otros para ser lo que Dios quiere que seamos. (RBC)