En una planicie en las alturas del desierto de
Atacama, en Chile, el radiotelescopio más grande del mundo les ofrece a los
astrónomos una visión del universo jamás vista. En un artículo de una agencia
de noticias, Luis Andrés Henao habló sobre los científicos de muchos países que
«buscaban indicios de la aurora del cosmos, desde los gases más helados y el
polvo donde se forman las galaxias y nacen las estrellas hasta la energía
producida por el Big Bang [la Gran Explosión]».
La Biblia celebra el poder sin límites y el
conocimiento infinito del Dios que «cuenta el número de las estrellas» y «a
todas ellas llama por sus nombres» (Salmo 147:4). Sin embargo, el Creador del
universo no es una fuerza distante e insensible, sino un Padre celestial
amoroso que «sana a los quebrantados de corazón, y venda sus heridas» (v. 3).
«El Señor exalta a los humildes» (v. 6) y «se complace […] en los que le temen,
y en los que esperan en su misericordia» (v. 11).
Dios nos ama tanto que «ha dado a su Hijo
unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida
eterna» (Juan 3:16).
El escritor británico J. B. Phillips llamó a la
Tierra «el planeta visitado», donde el Príncipe de gloria todavía está llevando
a cabo su plan.
Nuestra esperanza para hoy y siempre se fundamenta en el amor y la misericordia de Dios, quien llama a cada estrella por su nombre.
Dios, que sabe el nombre de cada estrella, también conoce el nuestro. (RBC)