En Michigan, donde vivo, bromeamos diciendo que
tenemos dos temporadas: el invierno y la construcción de caminos. Los duros
inviernos dañan las carreteras, así que los equipos de reparación empiezan a
trabajar en cuanto el hielo se derrite y el terreno se descongela. Aunque lo
llamamos «construcción», gran parte de lo que hacen parece una «destrucción».
En algunos casos, solo tapar agujeros no basta; hay que reemplazar el camino
viejo por otro nuevo.
Cuando el Señor obra en nuestra vida, puede
experimentarse algo similar. En el Antiguo Testamento, Dios le dijo a su pueblo
que esperara renovaciones importantes en el camino entre ambos (Isaías
62:10-11; Jeremías 31:31). Cuando envió a su Hijo, los judíos pensaron que se
destruía el camino hacia Él. Sin embargo, Jesucristo no estaba
destruyendo nada, sino completándolo (Mateo 5:17). El camino antiguo
asfaltado de leyes se convirtió en uno nuevo pavimentado con el amor
sacrificial de Cristo.
Dios sigue en la obra de reemplazar los antiguos caminos del pecado y el legalismo con el sendero de amor que Jesús completó. Cuando Él quita nuestras antiguas formas de pensar y comportarnos, tal vez parezca que está destruyendo todo lo conocido, pero no es así, sino que está construyendo un camino mejor. Y podemos confiar en que el resultado final será relaciones interpersonales más armoniosas con los demás y una comunión más íntima con Él.