La catedral de San Pablo, con su
cúpula, en Londres, presenta un interesante fenómeno arquitectónico llamado «la
galería de los susurros». Una página web lo explica así: «Se le da este nombre
porque una persona que susurra mientras mira hacia la pared de un lado puede
ser claramente oída desde el otro extremo, ya que el sonido se traslada de
manera perfecta a lo largo de la gran curva de la cúpula».
En otras palabras, tú y un amigo pueden
sentarse en extremos opuestos de la gran catedral del arquitecto Sir
Christopher Wren y mantener una conversación sin elevar la voz más que para
hablar con susurros.
Aunque esta sea una característica
fascinante de la catedral de San Pablo, también puede ser una advertencia para
nosotros. Lo que decimos sobre los demás en secreto puede trasladarse con tanta
facilidad como los susurros a través de esa galería. Y nuestros chismes no solo
viajan a lo largo y a lo ancho, sino que suelen producir grandes daños en el
camino.
Quizá por eso la Biblia con frecuencia
nos desafía en cuanto a cómo usamos las palabras. El sabio rey Salomón
escribió: «En las muchas palabras no falta pecado; mas el que refrena sus
labios es prudente» (Proverbios 10:19).
En vez de usar los susurros y los
chismes que pueden causar daño y dolor sin sentido, sería mejor que nos
controláramos y que guardáramos silencio.