En una de las columnas semanales de Joe
Morgenstern sobre películas, en el Wall Street Journal, se refería al impacto
de las grandes estrellas cinematográficas en escenas tomadas en primer plano y
donde no decían absolutamente nada. «Las estrellas de cine —escribía él— pueden
darse el lujo de no hacer casi nada en momentos cruciales porque, al haber
ganado ya nuestro respeto, suponen que estamos prestando atención». Sin
embargo, esta cualidad de silencio impactante que admiramos en actores y
actrices, puede ser frustrante o decepcionante en nuestra relación con Dios
cuando Él permanece callado.
Cuando Lázaro, un amigo íntimo de
Jesús, se enfermó gravemente, sus hermanas María y Marta mandaron a avisar al
Señor. No obstante, «cuando [Jesús] oyó, pues, que [Lázaro] estaba enfermo, se
quedó dos días más en el lugar donde estaba» (Juan 11:6).
Comentando este pasaje, Oswald Chambers
dijo: «¿Dios te ha confiado un silencio; un silencio con un gran significado?
[…] ¡Piensa en esos días de silencio absoluto en el hogar en Betania! ¿Hay en
tu vida algo parecido a aquellos días? […] Su silencio es una señal de que Él
está por manifestarse en tu vida de una manera maravillosa. […] Si Dios se ha
mantenido en silencio ante ti, alábalo, porque te está introduciendo en el gran
sendero de Sus propósitos». Podemos confiar en nuestro Señor amoroso, aun
cuando esté en silencio.