La mayoría de la gente coincidiría en que la
vida es una mezcla dolorosa de cosas buenas y malas. Esto se aplica al
matrimonio, las amistades, la familia, el trabajo y la iglesia. Sin embargo,
nos sorprendemos y decepcionamos cuando el egoísmo entra en escena dentro de la
comunión de quienes procuran adorar y servir a Cristo juntos.
Cuando el apóstol Juan le escribió a su amigo
Gayo, elogió la fidelidad y la generosa hospitalidad de los miembros de su
iglesia (3 Juan 3-8). Aun así, en la misma congregación estaba Diótrefes, «al
cual le [gustaba] tener el primer lugar» y había creado un clima hostil.
Juan prometió ocuparse personalmente de él
cuando visitara la iglesia. Mientras tanto, exhortó a cada integrante de la
congregación, diciendo: «Amado, no imites lo malo, sino lo bueno. El que hace
lo bueno es de Dios; pero el que hace lo malo, no ha visto a Dios» (v. 11). Las
palabras de Juan se hacen eco de la instrucción de Pablo a los creyentes en
Roma: «No seas vencido de lo malo, sino vence con el bien el mal» (Romanos
12:21).
En un acalorado conflicto, quizá nos sintamos
tentados a «devolver fuego por fuego». Sin embargo, Juan nos insta a dejar lo
malo y seguir lo bueno. Este es el sendero que honra a nuestro Salvador.