Estás sentado en un teatro con las
luces apagadas y disfrutando de un concierto, una obra o una película, cuando,
de repente, se enciende la luz de un teléfono móvil mientras alguien lee un
mensaje de texto que le llegó y, quizá, se toma un tiempo para responder. En su
libro Superficiales: ¿Qué está haciendo Internet con nuestras mentes?, Nicholas
Carr dice que, en nuestro conectado mundo, «la sensación de que tal vez
tengamos un mensaje» está volviéndose cada vez más difícil de resistir.
Samuel era jovencito cuando oyó una voz
que pronunciaba su nombre, y pensó que era del sacerdote Elí que estaba en el
tabernáculo donde servía al Señor (1 Samuel 3:1-7). Cuando Elí se dio cuenta de
que Dios estaba llamando a Samuel, le dijo cómo debía responder. Cuando el Señor
lo llamó por tercera vez, «Samuel dijo: Habla, porque tu siervo oye» (v. 10).
Esta actitud de alerta ante la voz de Dios se convirtió en un patrón en su
vida, ya que «el Señor se manifestó a Samuel en Silo por la palabra del Señor»
(v. 21).
¿Estamos hoy escuchando la voz de Dios
cuando nos habla de nuestra vida? ¿Estamos más pendientes de la vibración de un
teléfono móvil que de la voz suave y apacible del Señor que nos llega a través
de su Palabra y de su Espíritu?
Quiera Dios que, como Samuel, aprendamos
a discernir la voz del Señor y a decir: «Señor, habla. Estoy escuchando».