En 1924, un chico llamado Johnny, al
que le encantaba jugar al baloncesto, terminó la escuela primaria en una
pequeña escuela rural. Su padre, rico en amor, pero con poco dinero para
hacerle un regalo en su graduación, le dio una tarjeta donde había escrito su
credo personal de siete puntos y lo alentó a empezar a cumplirlo diariamente.
Tres de esos puntos decían: Bebe profundamente de libros buenos; en especial,
de la Biblia. Haz de cada día tu obra maestra. Ora pidiendo dirección y da
gracias diariamente por tus bendiciones.
En lo que solemos llamar «el Padre
nuestro» (Mateo 6:9-13), Jesús nos enseñó a acercarnos a nuestro Padre
celestial todos los días. No es algo que se dice una vez y se terminó. Al orar,
alabamos a Dios (v. 9), buscamos su reino y su voluntad (v. 10), confiamos en
su provisión (v. 11) y le pedimos su perdón, poder y liberación (vv. 12-13).
En el transcurso de su vida, Johnny
buscó la fortaleza del Señor para vivir cada día para Él. En tres ocasiones, la
Universidad de Purdue, lo premió por ser el mejor jugador de básquet
universitario estadounidense, y fue uno de los entrenadores más destacados de
todos los tiempos. Cuando el entrenador John Wooden murió a los 99 años, lo
honraron fundamentalmente por su carácter, su fe y su influencia sobre una gran
cantidad de personas.