No tenía sentido que una viuda donara
sus últimas monedas a una institución corrupta de Jerusalén, donde los escribas
que dependían de esas ofrendas «[devoraban] las casas de las viudas» (Marcos
12:40). Pero en la acción de esa mujer, Jesús vio una muestra conmovedora de la
actitud correcta hacia el dinero (vv. 41-44).
Gordon Cosby cuenta que, mientras era
pastor de una iglesia en Estados Unidos, una viuda cuyo ingreso apenas
alcanzaba para alimentar y vestir a sus seis hijos colocaba fielmente todas las
semanas cuatro dólares en la ofrenda. Un diácono le sugirió que fuera a verla y
le dijera que podía usar ese dinero para su familia, en lugar de ofrendarlo.
Cosby siguió el consejo del diácono… lo
cual lamentó mucho. «Usted está tratando de quitarme la última cosa que me da
significado y dignidad», dijo ella. Esta mujer había descubierto el secreto de
dar: puede beneficiar al dador más que al receptor. Es verdad, los pobres
necesitan ayuda financiera, pero la necesidad de dar puede ser tan importante
como la de recibir.
La acción de dar nos recuerda que
vivimos por la gracia de Dios, como los pájaros y las flores. Estos componentes
de la creación divina no se preocupan por su futuro, y nosotros tampoco
deberíamos hacerlo. Dar nos brinda una manera de expresar nuestra confianza en
que Dios se ocupará de nosotros, tal como lo hace por las aves y los lirios
(Mateo 6:25-34).