Cuando Jesús ordenó: «No juzguéis», no
estaba diciendo que fuéramos ingenuos o imprudentes. Sin duda, debemos tener
una mentalidad crítica y analítica en este mundo donde solemos enfrentarnos con
injusticias y perversidades. Lo que quería decir era que no actuáramos de
manera condenatoria ni acusadora. Pablo lo señaló elocuentemente al decir: «No
juzguéis nada antes de tiempo, hasta que venga el Señor, el cual también
aclarará lo oculto de las tinieblas, y manifestará las intenciones de los
corazones» (1 Corintios 4:5).
Al escribir sobre aquellos cuyas
acciones son dudosas, el poeta Robert Burns expresó una idea similar: «Un tema
debe seguir siendo profundamente oscuro: la [motivación]. Por qué lo hacen».
Nadie conoce las motivaciones de otra persona. Sólo Dios puede traerlas a la
luz cuando están escondidas en la oscuridad. Él es el único que puede exponer
las intenciones del corazón.
Jesús conoce las fuerzas latentes que
motivan a los demás: los comienzos crueles, el miedo, la decepción, el corazón
quebrantado, la resistencia al pecado. Además, Él está obrando en todo corazón
sumiso para hacerlo madurar espiritualmente. Por eso, en definitiva (por lo
general, en contra de nuestras expectativas), elogiará a aquellos que ha
conducido a la madurez.
El Señor es el único que puede evaluar
el corazón. Hasta que Él regrese, pidámosle que nos ayude a examinar el
nuestro.
Sé lento para juzgar a los demás, pero rápido para juzgarte a ti mismo. (RBC)