Eric Liddell,
conmemorado en la película Carrozas de Fuego, ganó una medalla de oro en las
Olimpíadas de 1924, antes de ir a China como misionero. Años después, con el
estallido de la Segunda Guerra Mundial, envió a su familia a Canadá para
protegerla, pero él se quedó. Poco después, él y otro misionero extranjero
fueron detenidos en un campo de concentración japonés. Tras varios meses de
cautiverio, Liddell desarrolló lo que los médicos temían que fuera un
tumor cerebral.
Los domingos por la
tarde, una banda tocaba cerca del hospital, así que un día, Liddell pidió que
interpretaran el himno «Alma mía, descansa». Me pregunto si al escucharla,
meditaba en su letra: Reposa, alma mía: la hora está por llegar / cuando
estaremos para siempre con el Señor. / Cuando la decepción, el dolor y el temor
terminen, / se olvide la tristeza, los goces más puros del amor se restauren. /
Reposa, alma mía: cuando los cambios y las lágrimas hayan pasado / todos a
salvo y bendecidos al final nos encontraremos.
Este hermoso himno, tan consolador para Eric mientras enfrentaba una enfermedad de la que murió tres años después, expresa una gran realidad de las Escrituras. En el Salmo 46:10, David escribió: «Estad quietos, y conoced que yo soy Dios». En los momentos más oscuros, podemos descansar porque nuestro Señor conquistó la muerte por nosotros. Quédate quieto y deja que Él aplaque tus mayores miedos.
El susurro consolador de Dios acalla el ruido de nuestras pruebas. (RBC)