Jim decidió seguir a
Cristo a los diez años. Quince años después, su compromiso se había
desvanecido. Había adoptado una filosofía de vivir solamente el momento y
desarrollado malos hábitos. Al cabo de un tiempo, todo parecía caerse a
pedazos: tuvo problemas en el trabajo y tres miembros de su familia murieron
casi simultáneamente. Temores y dudas comenzaron a invadir a Jim, y nada
parecía ayudar… hasta que un día, leyó el Salmo 121:2: «Mi socorro viene del
Señor, que hizo los cielos y la tierra». Estas palabras penetraron el temor y
la confusión de su corazón. Recurrió a Dios en busca de ayuda, y el Señor lo
recibió con agrado.
La travesía
espiritual de Jim me recuerda la antigua historia de Israel. Los israelitas
tenían una relación singular con Dios: eran su pueblo escogido (Nehemías
9:1-15). No obstante, pasaron muchos años en rebeldía e ignorando la bondad del
Señor, y alejándose para seguir sus propios caminos (vv. 16-21). Sin embargo,
cuando se volvieron a Él y se arrepintieron, Dios se mostró perdonador,
«clemente y piadoso, tardo para la ira, y grande en misericordia» (v. 17).
Estas cualidades divinas nos animan a acercarnos al Señor… aun después de habernos alejado de Él. Cuando humildemente abandonamos nuestras conductas rebeldes y volvemos a consagrarnos a sus caminos, Dios muestra compasión y nos recibe con agrado de regreso a la comunión con Él.
Los brazos acogedores de Dios están siempre abiertos. (RBC)