Cuando David escribió, «Aunque ande en valle de sombra de muerte, no temeré mal alguno» (v. 4), estaba en un lugar donde el mal era una realidad siempre presente. No obstante, se negó a ceder ante el miedo. Él no estaba diciendo que esperaba que Dios quitara el mal para que pudiera pasar por allí a salvo, sino que la presencia del Señor le daría confianza para atravesar esos lugares difíciles, sin temor a que lo abandonara. En otro salmo, David dijo que el Señor era su esperanza (71:5).
Muchos declaran tener esperanza, pero sólo aquellos cuya esperanza está en Cristo pueden expresarlo con certeza. La esperanza no procede de la fuerza, ni de la inteligencia ni de las circunstancias favorables, sino del Señor. Como Hacedor del cielo y de la tierra, Él es el único que tiene derecho a prometer esperanza y poder para cumplir Su promesa.
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La esperanza es una certidumbre… porque se fundamenta en Dios.(RBC)