Cuando Jesús nos enseñó a orar, empezó
diciendo: «Padre nuestro que estás en los cielos» (Lucas 11:2). Este es uno de
los numerosos pasajes bíblicos que se refieren a Dios como Padre. Me resulta
fascinante e instructivo que, cuando Él quiso que supiéramos cómo es, decidió
enfatizar su paternidad.
¿Qué sabemos de Dios como nuestro Padre?
Según la oración de Jesús, sabemos que nuestro Padre celestial es accesible y
está atento a nuestras necesidades. También aclara que suple nuestras
necesidades, y que nos perdona y protege del mal (vv. 2-4).
¡Qué modelo tan maravilloso para los padres
que no están en el cielo! Sin duda, hay un solo Padre perfecto en el universo,
pero, como tal, establece las pautas para el resto de los progenitores que
están lejos de ser perfectos. Al principio de mi ministerio, descubrí que a mis
hijos no les impresionaban los libros que yo escribía, los títulos que tenía ni
los lugares donde hablaba, sino que anhelaban que les dedicara tiempo y
atención, que supliera sus necesidades básicas, que los perdonara con paciencia
y amor, y que generara un entorno seguro para que crecieran y maduraran. Esta
es una lista breve, pero sumamente profunda, de los deberes de un padre.
¿Y qué de aquellos que no tuvieron un padre
que supliera esas necesidades? Anímate al saber que, si has sido redimido por
medio de Jesús, tienes un Padre celestial perfecto, y que Él es el mejor de
todos.
Los brazos del Padre
celestial nunca se cansan de sostener a sus hijos. (RBC)