“Cuando
mi hija gritó: «¡Mamá, un bicho!», miré hacia donde señalaba y vi la araña más
grande que he visto fuera de una tienda de mascotas. Tanto la araña como yo sabíamos
que no le permitiría quedarse en nuestra casa. Sin embargo, cuando la enfrenté,
descubrí que no podía dar ni un paso para poner fin a la confrontación. Se me
aceleró el pulso, tragué saliva y me dije algunas palabras de aliento. Aun así,
el miedo hizo que no pudiera moverme ni un centímetro” (J.B.S. – escritora americana).
El temor es poderoso, y puede superar la
lógica del pensamiento y generar una conducta irracional. Gracias a Dios, los
creyentes no tienen por qué permitir que el miedo (a las personas, las
situaciones o, incluso, las arañas) gobierne nuestras acciones. Podemos
declarar: «En el día que temo, yo en ti [Dios] confío» (Salmo 56:3).
Adoptar esta postura contra el miedo es
coherente con la instrucción bíblica que expresa: «Fíate del Señor de todo tu
corazón, y no te apoyes en tu propia prudencia» (Proverbios 3:5). Nuestra
perspectiva puede inducirnos a sobreestimar el objeto que nos asusta y a
subestimar el poder de Dios. Cuando tenemos miedo, podemos depender de la
perspectiva divina (Isaías 40:28) y confiar en que su amor por nosotros «echa
fuera el temor» (1 Juan 4:18). La próxima vez que el miedo trepe a tu vida, no
entres en pánico. Dios es confiable aun en la oscuridad.
Confiar en la
fidelidad de Dios disipa nuestro temor. (RBC)