George Washington Carver (1864-1943) superó
un tremendo prejuicio racial antes de convertirse en un renombrado educador en
su país. Resistiendo la tentación de sentir amargura por la forma como lo
trataban, escribió sabiamente: «A la larga, el odio destruye a aquel que lo
alberga».
En el libro de Ester, vemos lo
autodestructivo que puede ser el odio. Mardoqueo, un judío, rehusaba inclinarse
delante de Amán, un vanidoso dignatario de la corte persa. Este Amán, lleno de
odio, manipuló información para dar a entender que Mardoqueo y su pueblo eran
una amenaza para el imperio (3:8-9). Cuando su complot se materializó, le pidió
al rey de Persia que matara a todos los judíos. El monarca proclamó un edicto
para tal fin, pero antes de que pudiera concretarlo, Ester intervino y el
enrevesado plan de Amán fue puesto en evidencia (7:1-6). Enfurecido, el monarca
hizo que ejecutaran a Amán en la horca que el conspirador había construido para
Mardoqueo (7:7-10).
Las palabras de Carver y las acciones de Amán
nos recuerdan que el odio es autodestructivo. La respuesta bíblica consiste en
revertir dicha actitud y devolver bien por mal. «No paguéis a nadie mal por
mal» (Romanos 12:17), dijo Pablo. Cuando nos ofendan, no debemos vengarnos (v.
19), sino hacer lo bueno (v. 17), para que vivamos «en paz con todos los
hombres» (v. 18).
El odio promueve la
autodestrucción; el amor hace realidad la enseñanza de Dios. (RBC)