“Cuando
vivíamos en Kenia, en la década de 1980, con mi familia llevamos en el auto a
una joven desde Nairobi hasta un lugar cerca del Lago Victoria, donde vivían
sus padres. En el camino, paramos en la ciudad de Kisumu para dejar el equipaje
en un hotel donde nos alojaríamos después de llevarla hasta su casa. Cuando
nuestra amiga vio la habitación que nosotros considerábamos de un tamaño normal
con dos camas, dijo: «¿Todo este espacio solo para cinco personas?». Lo que
para nosotros era común y corriente, para ella, era un lujo. Las riquezas son
relativas, y los que vivimos en países prósperos tendemos a quejarnos de un
estilo de vida que otros adoptarían con suma alegria” (D.C.Mc. – escritor americano).
Entre los seguidores de Cristo en Éfeso,
algunos tenían más dinero que otros. Pablo le escribió a Timoteo, el pastor de
esa congregación: «A los ricos de este siglo manda que no sean altivos, ni
pongan la esperanza en las riquezas, las cuales son inciertas, sino en el Dios
vivo, que nos da todas las cosas en abundancia para que las disfrutemos» (1
Timoteo 6:17). Pablo los instó a ser «ricos en buenas obras, dadivosos,
generosos» (v. 18).
Nuestra tendencia natural es aferrarnos a lo
que tenemos en vez de dar generosamente a quienes necesitan. El desafío de las
riquezas es vivir con un corazón agradecido a Dios y con manos abiertas a los
demás.
Vivimos por lo que ganamos, y disfrutamos de la vida por
lo que damos. (RBC)