El pedido de oración escrito de puño y letra
era desgarrador porque parecía algo imposible: «Por favor, oren. Tengo
esclerosis múltiple, debilidad muscular, problemas para tragar, dolores
crecientes y pérdida de visión». El cuerpo de la mujer estaba derrumbándose, y
pude percibir su desesperación en aquel ruego por intercesión.
Pero después, apareció la esperanza; esa
fuerza que triunfa sobre las tragedias y la degradación física: «Sé que nuestro
bendito Salvador tiene el control. Su voluntad es lo más importante para mí».
Tal vez esa mujer necesitaba mis oraciones,
pero yo precisaba algo que ella tenía: una confianza indestructible en Dios.
Parecía un retrato perfecto de la verdad que Dios le enseñó a Pablo cuando este
le pidió que aliviara aquel problema que denominó «un aguijón en mi carne» (2
Corintios 12:7). Su petición no solo pareció ser algo imposible de conceder,
sino que su Padre celestial se la negó por completo. La lucha constante del
apóstol, la cual era claramente la voluntad de Dios, contenía una valiosa
lección: A través de la debilidad del apóstol, podían manifestarse y
perfeccionarse la gracia y el poder del Señor (v. 9).
Cuando derramamos el corazón delante de Dios,
debemos estar más interesados en conocer su voluntad que en recibir la
respuesta que queremos. La gracia y el poder provienen de tal actitud.
No oramos para que
nuestra voluntad se haga en el cielo, sino la de Dios en la Tierra. (RBC)