En
medio de las ocupaciones y tensiones que inundan nuestras jornadas, hay
muestras de belleza por todas partes, atisbos de la bondad de Dios que
encontramos aquí y allá a lo largo del camino. Son lugares en los muros del
universo, a través de los cuales se refleja el cielo… si tan solo tomáramos un
tiempo para detenernos y reflexionar en el amor de Dios hacia nosotros.
¿Qué
habría pasado si Moisés solamente hubiese echado un vistazo rápido a la zarza
que ardía, pero que «no se consumía» (Éxodo 3:2)? ¿Y si la ignoraba y seguía
apurado haciendo otras cosas? (Imagínate… tenía que cuidar ovejas y cumplir con
otros trabajos importantes). Si no se hubiera detenido, habría perdido la
oportunidad de tener un encuentro grandioso y transformador con el Dios
viviente (vv. 4-12).
A
veces, tenemos que apurarnos, pero, en general, la vida debería ser menos
acelerada y más contemplativa. La vida es el hoy; es ser consciente de la
realidad. Es ver el amor de Dios allí donde se refleja; volver nuestra mirada
hacia lo milagroso de espectáculos como un amanecer. Algo transitorio, pero al
mismo tiempo simbólico de la eternidad que nos aguarda.
Señor,
abre nuestros ojos para que podamos ver. (RBC)