Cuando era joven, presencié un accidente
automovilístico. Fue una experiencia tremenda, agravada por una serie de
complicaciones. Como fui el único testigo del incidente, pasé los meses
siguientes contándole a una serie de abogados y de agentes de seguros lo que
había visto. No esperaban que explicara los daños físicos ni los detalles de
las heridas de las personas involucradas; solo me pedían que relatara lo que
había presenciado.
Como seguidores de Jesús, somos llamados a
dar testimonio de lo que Jesucristo ha hecho en y por nosotros. Para guiar
personas a Cristo, no es necesario ser capaces de explicar cada cuestión
teológica ni de responder todas las preguntas. Lo que debemos hacer es hablar
del cambio que hemos experimentado en nuestra vida por la obra de la cruz y la
resurrección del Salvador. Mejor aun, no tenemos que depender de nosotros solos
para hacerlo, ya que Jesús dijo: «pero recibiréis poder, cuando haya venido
sobre vosotros el Espíritu Santo, y me seréis testigos en Jerusalén, en toda
Judea, en Samaria, y hasta lo último de la tierra» (Hechos 1:8).
En la medida en que dependemos del poder del
Espíritu, somos capaces de indicarle a un mundo que sufre el camino hacia el
Cristo redentor. Con su ayuda, ¡podemos testificar del poder transformador de
su presencia en nuestra vida!
Nuestro testimonio es la prueba de lo que Dios ha hecho por nosotros. (RBC)