Durante la época de Navidad, una
publicidad de televisión que me gusta muestra a dos vecinos que compiten
amigablemente para ver quién transmite mejor el espíritu navideño. Cada uno
mira con atención mientras el otro decora su casa y los árboles con luces.
Después, va mejorando su propiedad para que luzca mejor que la del otro. A
continuación, empiezan a competir sobre quién da regalos entre los vecinos de
manera más extravagante, corriendo alegremente mientras los reparten.
El pueblo de Dios no está compitiendo
para ver quién da más, pero se nos llama a ser «dadivosos, generosos» (1
Timoteo 6:18). El apóstol Pablo instruyó a la iglesia de Corinto: «Cada uno dé
como propuso en su corazón: no con tristeza, ni por necesidad, porque Dios ama
al dador alegre» (2 Corintios 9:7).
Durante la época navideña, mientras
compartimos regalos con otras personas, recordemos cuán generoso ha sido Dios
con nosotros: nos dio a su Hijo. Ray Stedman afirmó: «Jesús dejó de lado sus
riquezas y entró como pobre en su creación, para enriquecernos a todos por su
gracia».
Ningún regalo que demos podría competir
nunca con la profusión del Señor. ¡Démosle gracias por el don inefable de
Jesús! (v. 15).