Los líderes religiosos de la antigua
Israel hacían lo mismo en cuanto a su relación con Dios. Las leyes que tenían
eran sumamente complicadas. El peso de las reglamentaciones religiosas había
aumentado de tal manera que aun un experto en la ley de Moisés luchaba para
entender su esencia. Cuando uno de esos líderes le preguntó a Jesús qué era lo
más importante de los mandamientos, Él respondió: «Amarás al Señor tu Dios con
todo tu corazón, y con toda tu alma, y con toda tu mente y con todas tus
fuerzas. Este es el principal mandamiento. Y el segundo es semejante: Amarás a
tu prójimo como a ti mismo. No hay otro mandamiento mayor que éstos» (Marcos
12:30-31).
La ley de Moisés era pesada, pero la fe
en Cristo es sencilla, y su «yugo es fácil» (Mateo 11:30). Es fácil porque Dios
estuvo dispuesto a perdonarnos y amarnos. Y ahora, el Señor nos capacita para
que lo amemos a Él y a nuestro prójimo.