Varias historias bíblicas se centran en
esperar: Abraham espera un hijo (Génesis 12–21); los israelitas esperan ser
librados de Egipto; los profetas esperan el cumplimiento de sus predicciones;
los discípulos esperan que Jesús actúe como el poderoso Mesías que aguardaban.
Las últimas palabras del Señor al final de Apocalipsis son: «vengo en breve»,
seguidas de una oración resonante e inmediata: «Amén; sí, ven, Señor Jesús»
(22:20). Por esta razón, seguimos esperando.
Ahora bien, me pregunto: Mientras
esperamos, ¿por qué solemos estar temerosos y angustiados? Como los prisioneros
aliados, podemos actuar en función de la buena noticia que decimos que creemos.
Después de todo, tener fe en Dios es creer de antemano lo que solamente tiene
sentido al revés.