Todavía recuerdo el rostro sorprendido
de mi amigo cuando entré corriendo por la puerta delantera de su casa, rodeado
de una «banda» de abejas. Cuando salí por la puerta de atrás, me di cuenta de
que las abejas ya no estaban. Bueno, en cierto modo… ¡ya que las había dejado
dentro de la casa! Poco después, él también salió corriendo, perseguido
por las abejas que yo le había llevado.
Yo tuve varias picaduras sin muchas
consecuencias, pero la experiencia de él fue diferente. Aunque solo tenía una o
dos picaduras de «mis» abejas, se le inflamaron los ojos y la garganta tras una
reacción alérgica. Mis acciones le habían provocado mucho dolor a mi amigo.
Este es un cuadro de lo que sucede en
nuestras relaciones interpersonales. Cuando no actuamos como cristianos,
herimos a los demás. Aun después de pedir disculpas, la «picadura» sigue.
La gente tendría razón al esperar que
los seguidores de Cristo no fueran ásperos y mostraran paciencia. A veces, nos
olvidamos de que las personas que luchan con la fe, la vida o con
ambas cosas observan expectantes a los creyentes. Esperan ver menos enojo
y más misericordia, menos juicio y más compasión, menos crítica y más
estímulo. Jesús y Pedro nos dijeron que vivamos vidas buenas para que Dios sea
glorificado (Mateo 5:16; 1 Pedro 2:12). Que nuestras acciones y
reacciones guíen a los que nos rodean hacia nuestro Padre amoroso.
Que los demás vean menos de mí y más de Dios. (RBC)